Por Christian Pérez/TW: @chrisperezz7.
Realizador audiovisual: Diego Fleitas.
Editor: Fernando Zarza.
Producción: Daniel Serna.
El fútbol es muy cruel, pero hermoso a la vez. Recompensa al que persevera, aguanta y no se rinde ante adveridades, aunque el mundo se venga para abajo muchas veces. No bajes los brazos, sacá fuerzas de donde sea e intenta un último esfuerzo, que ese puede ser el definitivo. Fiel prueba de ello es José Ignacio Florentín (25 años), el mejor jugador del fútbol paraguayo actualmente, que ha resistido hasta lo último para no ver morir el sueño de toda su vida.
A más de 250 kilómetros de la Capital, en Tacuaró Norte, un distrito de Juan E. O’leary, Departamento de Alto Paraná, inició toda la aventura, la imaginación y la ilusión de un inocente niño que solo tenía en la cabeza jugar fútbol para ser feliz. No había nada más placentero que atarse los botines, agarrar la única pelota del pueblo y dejar la vida en la canchita, con amigos verdaderos, que no buscaban fama ni beneficios, más que disfrutar de la amistad y ganar cada tardecita el partido más importante de la historia.
Criado y malcriado por la abuela Rosa López, mientras la mamá enseñaba en las escuelas de la zona y el papá se rompía el lomo en la olería, donde también tiene una historia particular, José Florentín comenzó a soñar en grande, sin importar los obstáculos que se venían y lo difícil que sería abandonar el pueblo y por supuesto, dejar de ser “abuela memby” (mimado de la abuela).
En un emotivo recorrido rememorando sus inicios, José Florentín recibió a Versus en su pueblo y nos invitó a conocer cómo y dónde pasó la mayor parte de su infancia y también adolescencia.
Él tenía un único sueño: ser futbolista. No le importaba nada y pensar en otra cosa era innecesario, porque era de los chicos que soñaba despierto, alimentaba su deseo con pensamientos positivos, pero era consciente de que, sin sufrir, nadie llega a la meta y si alguien lo hace, ese objetivo no valía tanto la pena.
Comenzó sus primeros pasos en una pequeña escuela de fútbol de Tacuaró Norte, pero como no tenía muchos aliados para formar más de un equipo, decidió ir a practicar en Forestal, un club que estaba ya en plena ciudad, lejos del yvy pytã (tierra colorada) y el potrero puro, de la 'canchita', que no necesita ser cuidado y le bastaba que los animales pastaran para estar en condiciones.

Para jugar cada partido, José y sus amigos tenían que caminar 6 kilómetros todos los fines de semana. Además, como era el más chico en el equipo, le tocaba jugar 5 a 10 minutos como máximo, pero para él era una eternidad y se convertía en la mayor alegría de su semana
“A veces nos llevaban en moto, pero casi siempre íbamos caminando. Tenía muchos amigos. Eñe’ē ha eguata, botín nde pýre, ndereñandúi la kane’o (Hablando y caminando con tu botín puesto en los pies, no sentís el cansancio)”, recuerda con añoranza y hasta mucho placer el hoy mediocampista de Guaraní.
Aventura lejana
Todos queríamos saber la historia de cómo llegó a Guaraní y sus difíciles momentos hasta llegar a ganarse la confianza de Gustavo Costas, DT quien le había cerrado prácticamente las puertas, pero de eso hablaremos más adelante. Florentín interrumpe la pregunta y comenta que antes, se aventuró a la Argentina para jugar en Gimnasia y Esgrima La Plata.
“Un señor me vio jugar y me llevó a los 15 años. Me preparé bien casi un año, fui a hacer una prueba y me quedé”, relata, pero haciendo muecas de incomodidad.
¿Qué pasó allá? La vida no era muy fácil, las necesidades apretaban mucho y la añoranza para un chico de esa edad, que nunca había salido de su pueblo, era muy grande.
“Mombyry, che año, ahechaga’u la che gente kuérape. A veces roiko cocido, cocido nderehe voi (Estaba lejos, solo y extrañaba a mi familia. A veces vivíamos de cocido, cocido nomás luego)", recuerda como anécdota y agrega: “Estábamos entre cuatro en una casa y yo era el que hacía las meriendas, reviro con cocido o pireca era la solución”.
Su realidad no era del todo buena en Argentina, pero ante cada llamado de papá y mamá, no podría mostrarse débil por lo que respondía: “Acá está espectacular, todo el día como asado”, comenta y aclarando que era para no preocupar a la familia. Prefería mentir, aguantar un poco más.
Llegada a Guaraní
Tras ese año en Argentina, recibió el llamado de su hermano mayor, Alcides Ramón Florentín, quien estaba asomando como uno de los talentos más prometedores de las formativas de Guaraní, donde llegó (José) para la Sub 16.
Para José, su hermano Alcides ha sido gran responsable para que él cumpla sus sueños, ya que lo arropó, habló por él y le enseñó cómo debía sobrevivir en la pensión.
“Gracias a él estoy donde estoy, detrás de él yo me fui a Asunción”, dice la estrella de Guaraní, mientras se funde en un emotivo abrazo con Alcides, quien acababa de bajar del tractor para saludar al orgullo de toda la familia y quien cumplió con lo que él siempre tuvo siempre como ilusión, jugar en la Primera División.
“Por cosas del destino ahora trabajo en tractor, yo incluso jugué en Intermedia con Independiente de Campo Grande. En Guaraní compartí camada con Fernando Fernández, 'Conejo' Benítez, Nildo Viera y compartía habitación con Alfredo Aguilar, hasta que se mudó a un departamento y en su lugar llegó mi hermano (José)”, cuenta Alcides.

“Lo que es para vos, es para vos. Cuando él juega es lo mismo que yo esté jugando. La unión y la humildad sigue siendo el mismo de siempre para nosotros, eso nunca va cambiar”, agrega el mayor de los Florentín.
El último tren para no volver a casa
Habiendo pasado por todas las categorías juveniles y Reserva, los objetivos se alejaban de José, la puerta se iba cerrando a lo lejos y la luz ya no se veía prácticamente. ¿Pero qué hacer en estos casos? Porque abandonar nunca fue una opción y a veces la vida da varias señales también; los compañeros ya estaban brillando en Primera, otros ya sonaban para ir transferidos y con 23 años, el chico de Tacuaró Norte estaba estancado sin poder debutar.
“Cuando cumplís 20, 21 años y todo el mundo te dice: ‘¿por qué no debutás?, ¿por qué no jugás? Tal fulano, que era menor que vos, ya jugó en Primera; estudiá nomás ya’. Eso te trabaja mucho y yo no tenía la oportunidad. Me daba rabia eso, porque siempre cuando me iba a tocar la oportunidad se cambiaba de DT o dirigente y me quedaba otra vez en la puerta”, cuenta el mediocampista con un nudo en la garganta hasta ahora.
En el 2018 fue a probar suerte en la Intermedia en Rubio Ñu. Tuvo continuidad, hizo goles, pero igual se sentía vacío, en lo deportivo y ni qué decir económicamente, ya que lo máximo que podría recaudar era en concepto de premios; el salario era insuficiente totalmente.
Un año después regresa a la Toldería, esperanzado en debutar. Era parte del plantel principal, pero no era opción prácticamente para ningún entrenador. En el 2019 debutó y tuvo algunos partidos en la máxima categoría de la mano de Gustavo Costas, pero de manera intermitente y sin la confianza que él necesitaba.
La necesidad económica también apremiaba, porque ya se venía la primera heredera (Alexa Anahí) y los gastos se iban a multiplicar. “Hepy la pañal (es caro el pañal). Ni contrabandore epescaro no es barato (ni si pescás por contrabando es barato)”, comenta con una gran carcajada.
Para inicios del 2020, recibió una durísima noticia antes de la pretemporada. Gustavo Costas lo llamó a conversar personalmente y sin filtro le comenta que con él, no tenía chances de jugar. Era la quinta o sexta opción del DT, por lo que prácticamente su continuidad en el club iba a ser en vano, cuando le restaban solamente seis meses de contrato.
“Costas me dijo que no me iba a tener en cuenta. Fue durísimo para mí. Me dijo que, si quería quedarme, que lo haga, pero no estaba en sus planes. Le agradezco, porque eso hizo que yo apriete el triple, y no me relaje. Cuando me dijo eso, oguapyvéntema cherehe (sentí mucho), me fui en casa, aguapy cherasē’imi (me senté, lloré un poco), hablamos con mi señora, quien fue y es mi gran soporte”, destaca.

Con 23 años, la puerta del club prácticamente cerrada y lo sueños que ya estaban a punto de ser triturados, no le quedaba más que hacer un último intento. Era el último tren como él mismo lo reconoce. A morir en el campo de batalla, de pie, o lograr lo imposible, que era demostrarle a Costas que estaba totalmente equivocado.
Pero eso no era todo, Guaraní le dio una especie de prueba para seguir vinculado al club. Sus pagos iban a ser de acuerdo a partidos jugados y otros objetivos, sino no sería recompensado. “Era mi último tren. De acuerdo a la cantidad de partidos jugados iba cobrar y eso. Me jugué con eso”.
Si este último esfuerzo no tenía resultados, José ya tenía futuro asegurado y era volver a Juan E. O’leary para ayudar a sus padre y hermano, a trabajar con los ladrillos en la olería. Había conversado con su papá, don Ramón Florentín, quien ya estaba preparando funciones y un lugarcito en la casa.
Pero como se dice, el de arriba les da las peores batallas a sus mejores guerreros. No había nada que perder y en cambio había todo por ganar. José dejaba la vida en cada entrenamiento, metía la cabeza ante una plancha si era necesario, y desafiaba a la incredulidad de Gustavo Costas, a quien convencería finalmente.
El 22 de enero, el fútbol iba a premiar tanto esfuerzo. Guaraní había perdido soldados por lesiones y a Costas no le quedaba de otra que recurrir a José Florentín en el estreno en Copa Libertadores.
¡Corrió 11 kilómetros a 3.735 metros sobre el nivel del mar! Florentín se devoró la ciudad de Oruro con un recorrido inhumano, siendo la gran figura de Guaraní, que había dado el golpazo ante el San José.
Pero eso no era todo, tres días después, el mediocampista zurdo fue de nuevo titular ante Cerro Porteño por el torneo local, recorrió 12 kilómetros tras volver de la altura y fue el autor del gol del triunfo Aurinegro. ¡Por fin! El fútbol era algo justo con tanto esfuerzo.
“Yo siempre dije: un partido nomás quiero para demostrar mi capacidad a todos. Ndavaleirõ ndaha’éi che mba’erã (Si no valgo, no es para mí el fútbol)”, indicó, con un nudo que no le dejaba hablar fluidamente.
El trabajo en la olería
En las vacaciones o cuando aún no había “migrado” a la capital, José Florentín trabajó con su papá en la olería, haciendo miles y miles de ladrillos.
Sacar el barro, hacer el molde, cortar en forma, secar y hornear (o cocinar), eran algunos de los trabajos, pero ninguno desconocía. El proceso para crear era una rutina para él y su familia.
“Heta amba'apo oleríape (mucho trabajé en la olería). Cualquier cosa había que hacer, o sino ‘lekaja’ (el viejo) no nos daba el 10 mil guaraníes para el partido de cada tarde. Alzábamos y bajamos 7 mil a 8 mil ladrillos. Tu mano quedaba blanca, parecía la mano de esos ricos (millonario), el callo te comía toda la piel”, afirma, mostrando las palmas de las manos, que ahora habían recuperado su forma natural.

Adorado por la familia y orgullo de O’leary
Para conocer más específicamente sobre los comienzos de José, conversamos con prácticamente toda la familia con la que creció.
Gloria Bobadilla, la mamá del futbolista lo recuerda siempre con un chico optimista y enfermizo por el fútbol, al que debía amenazar con no tocar la pelota, para realizar las tareas de la escuela y el hogar.
“Es nuestro máximo orgullo José. Siendo o no jugador, igual iba a estar orgulloso de él. Para mí no cambió nada aquel niño que quería salir en la tele de chiquita y ahora el futbolista que nos hace llorar en cada partido”, señala entre lágrimas doña Gloria.
“Estoy orgullosa de su perseverancia, por estar donde está, siempre sé de sus necesidades. A veces ikangysema (a veces quiere ser débil), pero le digo que no se deje vencer”, agrega en pleno llanto.
Por su parte, don Ramón Florentín, el máximo maestro y consejero en la vida de José. Recuerda las dificultades que pasaron y asegura que en todo momento le recomendó paciencia y perseverancia a su hijo.
Él estaba convencido que José Ignacio iba tener su momento y este debía estar listo para no dejar pasar el último vagón.
“Lo primero que voy a decir es que estoy orgulloso de él. Gracias a Dios salió bien. Siempre le dije: ‘Ágante otokáta ñandéve, ani ejapura che ra’y (alguna vez nos va a tocar, no te apures hijo)’. Le pedía que no afloje, que apriete, que íbamos a llegar”, termina expresando con una emoción incontrolable de un persona mayor que quería mantenerse inmutable, pero que no podía controlar sus sentimientos.

Ya con su hijo siendo figura en Primera División, don Ramón tenía una ilusión de toda la vida y si bien en el momento de la entrevista, la posibilidad de que José sea convocado, estaba algo lejana, él estaba convencido que era el próximo sueño en conquistar.
“No a todos le pasa esto. Que tu hijo juegue en Primera y lo ves en tele. Ko’ága aipota ohuga la selecciónpe, pea la objetivo (Ahora quiero que juegue en la selección, ese es el objetivo)”, presagiaba el papá de José y fue así, porque unos meses después, el chico travieso de Tacuaró Norte, se puso la Albirroja y representó no solo a su pueblo, sino a todo el país en las Eliminatorias Sudamericanas.
Alguien que sí conoce la intimidad de José Florentín, es su novia y compañera de vida, Rosana Rojas, quien asegura que se ganó la lotería con la persona, no con el futbolista, ya que están juntos desde mucho antes que él asome a ser jugador profesional. “José es espectacular, no tengo ninguna queja de él. Una excelente persona, excelente papá. Me gané la lotería con él. Fue tan perseverante. Sé todo lo que pasó, los entrenamientos en Tembetary, caminando porque no había para el pasaje. Estamos muy orgullosos de él y sé que va a lograr muchísimo más”, señala con un brillo en los ojos y la mirada fija en su José.
Orgullo de los abuelos
De paso también visitamos a los abuelos, Fernando Bobadilla, una biblioteca viviente del distrito y a doña Rosa López, la persona que lo malcrió siempre.
Don Fernando nos invita a pasar y estaba ansioso por contarnos sobre los primeros pasos de su nieto. En la sala estaban encimadas unas 20 agendas, que las había convertido en un diario personal, pero no solo sobre su vida, sino de toda la comunidad y en especial sobre sus nietos.
Tiene datos históricos desde el 2008 y comienza a relatar fecha a fecha, desde la primera práctica de José Ignacio en la escuela de fútbol, la ida a la Argentina, la llegada a Guaraní, el debut en Primera y hace unos pocos días, nos hizo llegar lo que había escrito sobre el orgullo máximo de haber visto a su nieto con la camiseta de la selección paraguaya.

Ingresando a unos 5 kilómetros más al fondo de Tacuaró Norte, donde aún no llega ni siquiera el empedrado (tierra colorada), finalizamos en la casa de doña Rosa, la persona más preciada por José; la que estuvo con él durante gran parte de la infancia, mientras sus padres trabajaban.
“Chendive okakuaa. Pelota minte voi eme’e chupe. Ka’aru lado ja oguapyma la ipelota ári kánchape (Conmigo creció. A él pelota nomás tenías que darle. A la tarde ya se sentaba sobre su pelota en la cancha”, fueron las primeras palabras de la abuela sobre José.
Cuando le preguntamos si le suele ver en la tele, comenta que no puede muchas veces concentrarse en el juego por la emoción que siente.
“Ndakéi la ahechaséi chupe. Che fanaticaiterei hese. Aviví, ndahasýi voi chéve mba’eve la ahecharõ chupe. Fuerza y vida ome’ē chéve (No duermo de tanto que quiero verle. Soy demasiada fanática de él. Me siento viva, no me duele luego nada cuando le veo. Me da fuerza y vida)”, asegura emocionada doña Rosa, quien esperaba a su nieto con una gallina casera, que es la comida favorita de José.

La anécdota de inferiores y jugar ante sus ídolos
La vida de inferiores es algo que se disfruta y se sufre a la vez. Se viven experiencias únicas que fortalecen el carácter de cada futbolista.
José Florentín no olvida cómo era la vida en la pensión, donde había reglas para los más nuevos y cómo habría que sobrevir sin plata.
“Teníamos que ir a Ypané, todos los días a las 5 de la mañana. El 18-2 (bus) pasa a las 5:45 AM frente al club, y si en ese no te subís, tenés que pagar dos pasajes. Hendy (difícil) ya para el otro día. Tenés que tener todo calculado. Ya no sobra ni para el juguito y a la vuelta, en dedo (pedir viaje gratis)”, recuerda.
Una anécdota inolvidable es que cuando volvía de un entrenamiento de Ypané, comenzó a llover a cántaros y en medio del diluvio prácticamente se juramentaron con algunos compañeros, que ese sacrificio no debía ser en vano.
“Pollitoicha orerykue (como pollito nos mojamos). Secabas tu frente con la mano y seguís; recuerdo muchas veces con Robert Rojas, Rodney Redes, Antonio Marín, decíamos: “ñaguahē va’erã, mba’éichaite ñanderykue hina ha jahejareíta, na isesentidoigui, (tenemos que llegar, cómo nos estamos mojando y no tiene sentido dejar todo en vano)”.
Un sueño cumplido además para José Florentín fue jugar con grandes ídolos del fútbol paraguayo, como Édgar Benítez, Roque Santa Cruz, Óscar Cardozo, Nelson Haedo, figuras impensadas hasta hace dos años para él.
“Cuando jugué contra Roque, parecía que le veía a mi novia, quería abrazarle no sé qué. Tengo las camisetas de Paulo, ‘Tacuara’, Haedo. Son recuerdos inolvidables para mi vida”, asegura.
Nunca es tarde para comenzar nada, es la frase que deja José Ignacio Florentín, quien debutó en Primera División a los 23 años, se consolidó a los 24, cuando estaba por dejar todo y hace unas semanas cumplió el sueño de todo futbolista: representar y defender a su selección.